...El escribir nunca ha
sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad
que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea
contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que
desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la
inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones --que he tenido muchas--,
ni propias reflejas --que he hecho no pocas--, han bastado a que deje de seguir
este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué;
y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo
que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una
mujer; y aun hay quien diga que daña. Sabe también Su Majestad que no
consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi nombre mi entendimiento, y
sacrificársele sólo a quien me le dio; y que no otro motivo me entró en
religión, no obstante que al desembarazo y quietud que pedía mi estudiosa
intención eran repugnantes los ejercicios y compañía de una comunidad; y
después, en ella, sabe el Señor, y lo sabe en el mundo quien sólo lo debió
saber, lo que intenté en orden a esconder mi nombre, y que no me lo permitió, diciendo
que era tentación; y sí sería. Si yo pudiera pagaros algo de lo que os debo,
Señora mía, creo que sólo os pagara en contaros esto, pues no ha salido de mi
boca jamás, excepto para quien debió salir. Pero quiero que con haberos
franqueado de par en par las puertas de mi corazón, haciéndoos patentes sus más
sellados secretos, conozcáis que no desdice de mi confianza lo que debo a
vuestra venerable persona y excesivos favores.
Prosiguiendo en la
narración de mi inclinación, de que os quiero dar entera noticia, digo que no
había cumplido los tres años de mi edad cuando enviando mi madre a una hermana
mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer en una de las que llaman Amigas, me
llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban lección,
me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, a mi parecer,
a la maestra, la dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó,
porque no era creíble; pero, por complacer al donaire, me la dio. Proseguí yo
en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque la desengañó la
experiencia; y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi
madre, a quien la maestra lo ocultó por darle el gusto por entero y recibir el
galardón por junto; y yo lo callé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho
sin orden. Aún vive la que me enseñó (Dios la guarde), y puede testificarlo.
Acuérdome que en estos
tiempos, siendo mi golosina la que es ordinaria en aquella edad, me abstenía de
comer queso, porque oí decir que hacía rudos, y podía conmigo más el deseo de
saber que el de comer, siendo éste tan poderoso en los niños. Teniendo yo
después como seis o siete años, y sabiendo ya leer y escribir, con todas las
otras habilidades de labores y costuras que deprenden las mujeres, oí decir que
había Universidad y Escuelas en que se estudiaban las ciencias, en Méjico; y
apenas lo oí cuando empecé a matar a mi madre con instantes e importunos ruegos
sobre que, mudándome el traje, me enviase a Méjico, en casa de unos deudos que
tenía, para estudiar y cursar la Universidad; ella no lo quiso hacer, e hizo
muy bien, pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi
abuelo, sin que bastasen castigos ni reprensiones a estorbarlo; de manera que
cuando vine a Méjico, se admiraban, no tanto del ingenio, cuanto de la memoria
y noticias que tenía en edad que parecía que apenas había tenido tiempo para
aprender a hablar.
Empecé a deprender
gramática, en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé; y era tan
intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres --y más en tan florida
juventud-- es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él
cuatro o seis dedos, midiendo hasta dónde llegaba antes, e imponiéndome ley de
que si cuando volviese a crecer hasta allí no sabía tal o tal cosa que me había
propuesto deprender en tanto que crecía, me lo había de volver a cortar en pena
de la rudeza. Sucedía así que él crecía y yo no sabía lo propuesto, porque el
pelo crecía aprisa y yo aprendía despacio, y con efecto le cortaba en pena de
la rudeza: que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que
estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno. Entréme
religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias
hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la
total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más
decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi
salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y
sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer
vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad
de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis
libros. Esto me hizo vacilar algo en la determinación, hasta que alumbrándome
personas doctas de que era tentación, la vencí con el favor divino, y tomé el
estado que tan indignamente tengo. Pensé yo que huía de mí misma, pero
¡miserable de mí! trájeme a mí conmigo y traje mi mayor enemigo en esta
inclinación, que no sé determinar si por prenda o castigo me dio el Cielo, pues
de apagarse o embarazarse con tanto ejercicio que la religión tiene, reventaba
como pólvora, y se verificaba en mí el privatio
est causa appetitus.
BARROCO NOVO HISPANO
- Uso de la religión.
- Adorno de las frases.
- Uso de figuras literarias como la paradoja, el hiperbatón, la cronografía, etc.
- Precursora de las ideas feministas.
- Defensa de letras profanas
- Genero autobiográfico
- Ambito teológico
- Uso de la prosa
- Defiende su condición de mujer y su complusión por el saber.
- Amor a la verdad, inclinación a las letras.
- Interesada por ir a la Universidad.
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